Los zapatistas abrieron una senda opuesta al camino del
poder. Los indígenas chiapanecos que resolvieron caminarlo
contruyéndolo, están pagando un precio muy alto en estos
días.
Miles y miles de desplazados, comunidades acorraladas,
territorios atenazados por enormes cantidades de
armamentos y fuerzas militares, intentos de aislamientos,
destrucción, muerte.
El cerco pretende asfixiar el aire cargado
de resistencias, de solidaridades nacionales e internacionales.
El gobierno de México, desarrolla una política de contrainsurgencia
y terror de estado, llamada Guerra de Baja
Intensidad, sostenida por los ideólogos del Departamento
de Defensa de Estados Unidos.
El paradigma de esta guerra se evidencia en el horror de los
45 masacrados en Acteal, en la saña con las mujeres embarazadas
y los niños y el tipo de muerte atroz que recibieron,
que confirma la huella Kaibil (de la Escuela de contrainsurgencia de Guatemala, que masacró decenas de comunidades
en este país) y donde los paramilitares fueron protegidos
por la Policía de Seguridad Pública que se encontraba a 200 metros
del lugar. Ellos escucharon los gritos, los disparos
y no intervinieron, pero luego intentaron recoger los
cadáveres para ocultar la magnitud de la matanza.
A pesar
del montaje, con Acteal quedó develada ante los ojos del
mundo, la ineptitud y negligencia criminal y la mentira de
las autoridades federales y estatales, con las evidencias y
pruebas contundentes de la masacre.
Con la excusa de un .enfrentamiento entre civiles., se envían inmediatamente 5.000 efectivos militares más, alcanzando
así una cifra equivalente a un soldado por familia para la
zona de conflicto.
A pesar de esta guerra, los zapatistas siguen resistiendo
desde la esperanza, desde la dignidad, con la puesta en
práctica de sus formas autóctonas de democracia basadas
en el consenso y en asamblea permanente, en el mandar
obedeciendo. Funcionaban en ese momento 38 municipios autónomos, a
pesar del ataque reiterado y sistemático desde febrero del
95.
A la militarización se suma la campaña de desinformación y
de deformación de la información que ha montado el
gobierno mexicano. Por eso son tan importantes los reportes
que se presentan desde los Campamentos Civiles por la Paz,
donde se intenta radiografiar periódicament lo que pasa en
cada comunidad.
Este es el principal trabajo de los Observadores Internacionales:
testimoniar la militarización, contabilizar
el movimiento de tanques, tanquetas, jeeps, helicópteros,equipo bélico, tipo de armamento, acciones en las comunidades
y todo lo que signifique violación de los Derechos
Humanos para los indígenas.
En las comunidades, compartimos con ellos un espacio de
esperanza, donde la solidaridad es práctica cotidiana: en el
trabajo, en la lucha, en los sueños.
Desde nuestra sociedad,
donde se rinde culto al consumo individual, al dinero como
objetivo máximo, donde se genera el desvínculo solidario,
nos encontramos cubriendo este espacio de los CCP queellos necesitan, asumiendo un riesgo pero aportando a una
experiencia que nos enriquece para volcarla en nuestra
sociedad. Desde su dignidad rebelde a nuestro: aquí estamos.
Los Campamentos Civiles por la Paz surgen en marzo de 1995, poco después de la ofensiva militar del mes de febrero y
cuando aún miles de indígenas zapatistas permanecían en las montañas de la Selva Lacandona, a merced del hambre y
el frío.
Venciendo el cerco militar impuesto, la sociedad civil nacional e internacional, testimonió lo que encontró en las
comunidades desiertas: destrozos, robo, incendio. La gente de las comunidades, a pesar de los retenes militares, comenzó
a regresar ante la presencia de testigos. Así fue que pidieron a los observadores que se quedaran con ellos, que se sentían
más seguros, siendo este el origen de los Campamentos Civiles por la Paz.
Extracto de la carta de una campamentista:
.Si no fuera por este encuentro extraño diaramente repetido desde marzo del 95 en que soldados y campamentistas nos
miramos, controlamos y sacamos fotos mutuamente sin hablar, el ejército federal seguramente habría tomado el poblado
hace tiempo. Somos el escudo, la improbable guardia pretoriana, de esta pequeña gente serena y resistente hasta más
allá de lo verosímil. Por el momento la presencia de observadores de rostro más o menos pálido, impide que el ejército
haya tomado la comunidad, como tomó la de Guadalupe Tepeyac, en febrero de 1995, forzándoles a un exilio que aún
no ha terminado y garantiza hasta cierto punto algo que se parece a la vida cotidiana